Por el p. Flaviano Amatulli Valente, fmap
Los pequeños y sencillos del Reino y los sabios e inteligentes de este mundo: dos maneras de pensar y vivir totalmente diferentes, sin importar si se trata de gente ilustrada o gente de la calle, consagrada a Dios o simple feligrés. El problema es más profundo de lo que parece a primera vista; está en la raíz.
El mensaje de la cruz
“El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; pero para los que nos salvaremos es fuerza de Dios. Como está escrito, ‘acabaré con la sabiduría de los sabios y confundiré la inteligencia de los inteligentes’. (…) Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres. (…) Dios ha elegido a los locos del mundo para humillar a los sabios, a la gente débil del mundo para humillar a los fuertes. Dios ha elegido a gente sin importancia, a los despreciados del mundo y a los que no valen nada, para anular a los que valen algo” (1Cor 1, 18-19. 26. 27-28).
¡Cuántas veces he oído decir: “El p. Amatulli recoge pura basura”! Según ellos, para anunciar la Palabra de Dios, aunque sea a la gente sencilla de la calle, se necesita mucha preparación en campo pro- fano y religioso. ¿Y qué pasa? Que ellos, licenciados y doctores en teología o Sagrada Escritura, lo único que saben hacer es dar clase en los seminarios o institutos de enseñanza superior. ¿Y los demás? “¡Pobrecitos: no entienden!”. Sabiduría humana.
Es fácil oír: “En otras partes uno se puede dedicar completamente a la evangelización, viviendo de lo que da la gente. Aquí no es posible; se necesita ejercer una profesión para garantizar un futuro digno: enseñanza, salud, asistencia, etc.” ¿Y qué pasa? Qué los hechos desmienten su manera de pensar y actuar. La experiencia dice que en todas partes se puede vivir de lo que da la gente, dedicándose exclusivamente a la evangelización.
¿Qué dijo Jesús al respecto? “El trabajador tiene derecho a su sustento” (Mt 10, 10); “Coman lo que les den” (Lc 10, 7). Pero viene la objeción de siempre: “Los tiempos cambian”. Claro, los tiempos cambian, pero el Evangelio es el mismo y no puede cambiar. ¿Dónde está el problema, entonces? En querer manejar los asuntos de la fe con la misma mentalidad con la que se manejan los asuntos profanos. Imagínense: gente que hace pública profesión de entrega total a la causa del Reino (curas y religiosas), que para vivir tiene que trabajar en asuntos de orden profano. ¿Qué dice la Palabra de Dios al respecto? “Un soldado en servicio activo no se enreda en asuntos civiles, si quiere satisfacer al que lo reclutó” (2Tim 2, 4). El pretexto: “El dedicarse exclusivamente a las cosas de Dios no da para vivir dignamente”. ¿Alguna vez intentaron hacer la prueba? No. Sabiduría humana.
Alejamiento de las Escrituras
Ni modo. Así están las cosas. Uno se pregunta: ¿Por qué entre nosotros se da esta situación? Sencillo: “Por el alejamiento de las Escrituras”. Mucho estudio, mucha filosofía, mucho razonamiento humano; pero al mismo tiempo poco apego al dato revelado. Se estudia la Biblia, claro; pero como algo del pasado, teniendo en cuenta de una manera especial el aspecto científico y coqueteando casi siempre con los críticos de la religión (filosofía de la religión), más que fijándose en su contenido de fe, que representa lo propio de la teología y es válido para siempre y para todos los creyentes.
De ahí las consecuencias: el peligro de manejar las cosas de Dios con una mentalidad puramente humana (pagana), tratando de asimilarse al mundo lo más posible, olvidando la advertencia de Santiago: “El que se hace amigo del mundo, se hace enemigo de Dios” (Sant 4, 4).
Veamos algunas manifestaciones de esta sabiduría humana, bien infiltrada en nuestros ambientes.
Evangelio - Cultura (religiosidad popular, teología india, costum- bres del pueblo o gustos de la gente). Se oye decir: “Hay que respetar la cultura de la gente. ¿Qué derecho tengo yo de quitar a la gente sus costumbres?” Y con eso, bajo un manto de comprensión y respeto, se dejan las cosas como están, sin comprometerse en nada y tratando de vivir del presupuesto, es decir de los sacramentos, administrados sin ton ni son. En realidad, ¿quién se atrevería a meterse en contra de la “cultura” de un pueblo, sus “costumbres” o “religiosidad”?
¿Dónde está la trampa (falacia, truco o engaño)? En poner el problema de una forma equivocada. ¿Cuál sería la manera correcta de presentar el asunto? “Jesús me envía a evangelizar (Mc 16, 15). Pues bien, ¿cómo puedo evangelizar a esa gente, que cuenta con ese tipo de cultura y está metida en esa clase de religiosidad?” Como es fácil notar, poniendo correctamente el problema, se evita el sofisma y se enfrenta la realidad como se debe, a la luz del Evangelio.
Palabra de Dios –Documentos de la Iglesia
Existe una gran diferencia entre la Palabra de Dios y los documentos de la Iglesia. En efecto, “La Palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que la espada de dos filos; penetra hasta la sepa- ración de alma y espíritu, articulaciones y médula, y discierne sentimientos y pensamientos del corazón. No hay criatura oculta a su vista, todo está desnudo y expuesto a sus ojos. A ella rendiremos cuentas” (Heb 4, 12-13).
¿Y los documentos de la Iglesia? Presentan la interpretación auténtica del dato revelado (Biblia y Tradición divino-apostólica), lo resumen y a veces lo sistematizan (catecismos), pero no reflejan todo su contenido, no cuentan con su misma eficacia, ni cuestionan o entusiasman de la misma manera.Por eso muchos prefieren los documentos de la Iglesia a la Palabra
de Dios, puesto que los documentos de la Iglesia son difíciles de conocerse en su totalidad (demasiados) y más fácilmente se prestan a ser influenciados y manipulados por la sabiduría humana. ¿La solución? Primero la Palabra de Dios y después los documentos de la Iglesia, dando a cada uno su valor y fijándose en el grado de fidelidad de los documentos al dato revelado.
Evangelización – Promoción humana (respeto, diálogo)
Sin duda, la Iglesia Católica representa la más grande organización no gubernamental (ong) a nivel mundial, la que más se ha preocupado por la promoción humana y más logros ha conseguido en ese sector a lo largo de los siglos. La pregunta es: “¿Consiste precisamente en esto su misión? ¿Y la evangelización?”. Basta echar una mirada a la triste situación en que se encuentran actualmente nuestras masas católicas en cuanto a la evangelización para darnos cuenta de que estamos muy lejos del ideal que nos presenta la Palabra de Dios. Por eso la competencia se aprovecha tanto.
¿La solución? “No está bien que nosotros descuidemos la Palabra de Dios por atender al servicio de las mesas” (Hech 6, 2), fue la decisión que tomó san Pedro, cuando se dio cuenta de que los apóstoles, por atender a los más necesitados de la comunidad, arriesgaban con descuidar lo fundamental de su misión. Y surgieron los diáconos o servidores, encargados específicamente del aspecto material de la comunidad, mientras los apóstoles reservaron para sí lo esencial, es decir “la oración en común y el ministerio de la Palabra” (Hech 6, 4).
Fíjense hasta qué punto ha llegado entre nosotros actualmente la fobia contra la evangelización, que en muchos ambientes católicos se ha llegado a considerar como una manifestación de fanatismo toda actividad que mire a “hacer discípulos” (Mt 28, 19), tratando de sustituir el mandato de Cristo de anunciar el Evangelio (Mc 16, 15) con la receta ecuménica del amor, el respeto y el diálogo.
Me pregunto: Aparte de oponerse al dato bíblico, ¿acaso esos amigos no se dan cuenta de que nunca podrá haber un verdadero diálogo entre nosotros y los seguidores de Lutero, sin tener como base la Palabra de Dios y sin aceptar a Cristo como el único Salvador y Señor de la propia vida, abandonando por lo tanto ideas y prácticas propias de la así llamada religiosidad popular, que en muchos casos rayan en el más burdo paganismo?
¿Y qué tal la actitud de los que hacen todo lo posible por llevarse bien con los no católicos, hasta ufanarse de contar con la amistad de algún dirigente evangélico? Les pregunto: ¿Tratan por lo menos de comportarse de la misma manera con sus feligreses? Aún más: ¿En esto consiste el ecumenismo, en dejar que cualquiera entre tranquilamente en el redil y se lleve a todas las ovejas que quiera, sin que el pastor se dé por enterado? ¿Es ésta la actitud propia del buen pastor, que tiene que estar dispuesto a dar la vida por las ovejas, o más bien esta manera de actuar se parece a la del asalariado que huye, cuando ve que se acerca el lobo? (Jn 10, 11-12).
Conclusión
Nos encontramos en una profunda crisis. En largas capas del catolicismo ilustrado (clero y vida consagrada) la sabiduría humana se está volviendo en norma general de pensamiento y acción, haciendo estragos de muchos valores evangélicos. Entre nosotros el deseo de asimilarnos al mundo es demasiado grande. ¿Qué hacer, entonces? Tomar conciencia de la situación y reaccionar a la luz de la Palabra de Dios. Es tiempo de regresar a las Escrituras, haciendo de la Palabra de Dios la regla suprema de vida de cada creyente y de toda la Iglesia.
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